La abuela Rosa aún conserva la fiambrera de aluminio y la memoria de hacer flanes de huevo con azuquita quema y chorrito brandy y de vez en cuando se deja caer con regalito… La casa de las columnas, medio en ruinas, aún conserva los pretiles entre los que buscaba, correteando, a mi primo, su tirachinas y sus secretos en el pernil, mientras intentaba descubrir la hora en el reloj de sol con números romanos, (nunca supe leer la hora en ese reloj de piedra con su lancita de bronce, quizás, por eso, perdía la noción del tiempo cuando jugaba con mi primo…). Aún persisten esas pequeñas cosas y esas grandes emociones que me conmueven; por eso, hoy, le voy a tomar prestados al bueno de Mario unos versos y voy a tirar una botella al mar con este mensaje, casi telepático, por si alguien lo encuentra, lo lee y luego quiera compartir conmigo otras formas de mirar.
Pongo estos seis versos en mi botella al mar
con el secreto designio de que algún día
llegue a una playa casi desierta
y un niño la encuentre y la destape
y en lugar de versos extraiga piedritas
y socorros y alertas y caracoles.
Mario Benedetti.
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