A mediados del siglo XIII comenzó a surgir un poblado en torno al Castillo de San Romualdo, que entonces era conocido como Logar o Lugar de la Ponte, después como castillo de Zuazo y en época árabe como alquería de Rayhana. Alrededor de este ribat y en torno al Real Carenero, atarazana situada junto al Puente Zuazo, se formó la actual ciudad de San Fernando, La Isla

30 de abril de 2010

Es urgente y necesaria la recuperación del movimiento vecinal en La Isla


Para el Bipartito y otras entidades está claro que la democracia participativa no forma parte de sus proyectos y aunque son muchas las voces que denuncian que el Reglamento de Participación Ciudadana está obsoleto y que el Consejo es un instrumento inservible y manipulado por el gobierno municipal, nada se hace por cambiarlos, ni siquiera desde la propia Federación de AAVV, mientras tanto nuestros barrios, sobre todo aquellos que no se dejan arrastrar por el clientelismo impuesto por los sucesivos gobiernos del PA, siguen condenados al ostracismo y el abandono.
El movimiento vecinal fue, junto al movimiento obrero, uno de los principales movimientos sociales de base de la transición; Fueron muchos y diversos los motivos para que así fuera.

En primer lugar, las condiciones materiales de la mayoría de las barriadas isleñas creaban una situación objetiva de conflicto social. El nulo desarrollo de políticas sociales, unido a las políticas de urbanismo salvaje en algunas zonas, generaba tan elevado nivel de carencias que constituían una fuente permanente de reivindicaciones de todo tipo. En segundo lugar, la legalización de las Asociaciones de Vecinos con aquella parca Ley de Asociacionismo de 1964, abrió un espacio que pudo ser utilizado por los vecinos más concienciados y luchadores para llegar directamente a la población. El trabajo del movimiento vecinal no sólo constituía un medio legal de intervención en la vida cotidiana, sino también un espacio en el que integrarse capas importantes de los/as ciudadanos/as.

Las asociaciones vecinales se fueron constituyendo barrio a barrio como lugar de encuentro y como espacio de dialogo y de resolución de conflictos, conflictos de intereses muy diversos y distintos, conflictos entre la gestión de los recursos públicos y la inexistencia de servicios básicos mínimos (educativos, sanitarios, medioambientales, culturales, asistenciales,...).
Así el movimientos vecinal asumió en aquellos duros momentos valores de democracia, de libertad, de igualdad, de derechos cívicos, que alimentaron, con otros movimientos sociales, el renacimiento de la ciudadanía.


Y se hizo desde la pluralidad y diversidad asociativa, pero tratando de dar respuesta a casi todo, porque todo le era cercano y propio. Cuarenta años después, el mundo que nos rodea es otro. Los barrios han ido cambiando casi siempre a bien, aunque con cuentagotas.

Pero lo que verdaderamente ha influido en una pérdida de influencia del movimiento vecinal, en su “domesticación y sumisión” han sido el continuo chantaje y el clientelismo político impuesto por los andalucistas: dame votos y te doy plantas y alcorques, hazme campaña y te arreglo aceras, dame las gracias públicamente y alábame y tendrás local social… Bien pronto estuvo claro que la democracia participativa no formaba parte de los proyectos de estos politiquillos.

Veían a las asociaciones de vecinos con recelo. La existencia de un movimiento independiente, duro y correoso, muy pegado al territorio y a su gente y problemas, que formulara propuestas y organizara a la población de a pié, no formaba parte de los planes, constituían un peligro si no estaban tuteladas y controladas. Aunque algunos concejales salieron de las asociaciones de vecinos, donde se forjaron para la política y la práctica democrática, controlar, coartar y reducir el peso del movimiento vecinal ha sido la práctica habitual de todos ellos, casi sin excepción.

A pesar de ello y del poco o nulo interés por cambiar esta dinámica, el asociacionismo vecinal mantiene sus potencialidades de capacidad de gestionar bien los intereses colectivos y de organizar el entorno (el barrio y también la ciudad). Porque lo cierto es que las necesidades sociales, aunque distintas y hasta distantes, de las de los años noventa, siguen ahí, latentes y sangrantes: el urbanismo, el modelo de barrio y de ciudad, la sostenibilidad, la integración social, la convivencia, la tolerancia, el valor de lo público, la gestión de recursos, etc.

En los últimos años se están produciendo cambios sociales que tienen que ver tanto con la emergencia para dar respuesta a las nefastas políticas que se practican desde el ayuntamiento como en el autismo y falta de capacidad y/o voluntad de la Federación; Estas formas, mas o menos espontáneas, se traducen en la aparición de distintas plataformas ciudadanas: Subida abusiva de impuestos, tranvía, sanidad de primera y últimamente la que, sin treguas, exige Responsabilidad Política a los irresponsables e ineptos que han provocado el mayor robo del país en las arcas de un municipio.

El punto de encuentro entre ambas tendencias es el debate sobre la democracia participativa. Tal vez porque, con todas sus contradicciones y diferencias, las Asociaciones de Vecinos representan una de las formas más persistentes de participación social, particularmente implantada en los barrios periféricos de las ciudades, donde la gente tiene menos capacidad económica y donde hacen falta mecanismos de multiplicar la “voz” colectiva, silenciada sistemáticamente por los aparatos de gobierno y los medios de comunicación.

El movimiento vecinal isleño requiere una actualización de sus métodos de trabajo, y para hacerlo posible es necesario reforzar su autonomía, su carácter reivindicativo, la búsqueda de fórmulas de participación y los hábitos del diálogo, la paciencia y la crítica razonada.

Pero esa transición sólo será posible si vencemos el conservadurismo de dependencia con respecto a los poderes municipales, elaborando un nuevo Reglamento que haga realidad un Consejo realmente representativo, con carácter vinculante y por qué no, con una profunda renovación de juntas directivas, tanto en cada una de las asociaciones como en la federación; Lo que es lo mismo, un golpe de timón tanto para la ruta como para los timoneles.

El reto del movimiento vecinal es dejar de ser, cada vez menos, un movimiento de afectados para ser un movimiento de “ciudadanos”, practicantes de derechos y deberes.

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